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Cristofer Clemente, un cabezón que abrió huella en el trail running para sobrevivir

Written by on November 4, 2023

En 2009, donde queda, el aliado de Cristofer Clemente era el sobrepeso, ya con tres cifras impresas en la báscula, su deporte preferido eran los videojuegos y la dieta diaria era equilibrada, equilibradamente horrenda: dos o tres litros de refrescos, dos o tres kilos de comida basura. El asunto no mejoraba los fines de semana, ya saben… los amigos, el agua de los floreros. “Sí, era un fiestero profesional”, se presenta.

El piloto de la reserva se le encendió ya con 24 años: “Se me disparó el colesterol, la tiroides y el sobrepeso”. Llegaron entonces mil consejos cercanos, los que más valen, que Clemente escuchó a medias. Se fue un mes a República Dominicana con los amigos, siguiendo a rajatabla el guion previsible de semejante plan, hasta que de vuelta, la receta del médico hizo eco en la pequeña consulta y en su cerebro: “Chaval, a este ritmo… tú mismo. A ver lo que duras”.

Y entonces, Cristofer  Clemente, que parece tímido de lejos pero añade palabras y calidez a cada metro que te acercas, tomó la decisión que le salvó la vida: correr. “Y como a cabezón no me gana nadie, me convertí en el Forrest Gump de la Gomera”, venga a dar vueltas al parquecito junto a casa, una tras otras, muy cansino, pero sin parar.

El chico no se conformó solo con correr media hora y cambió el llano por el relieve de casualidad, como suelen pasar estas historias que luego siempre se cuentan sin sujeto determinado: el amigo de un amigo… En su caso, le invitaron a correr el maratón del Meridiano. Y él probó, por qué no, a ver que tal en montaña. “Y gané”. Y luego otra prueba por encima de los 80 kilómetros, y otra vez a lo más alto del podio. Había materia prima.

El obeso de entonces roza ahora la cuarentena, gestiona el restaurante familiar en la isla y se ha convertido por méritos propios en leyenda y pionero del trail running español: de esos que fue poniendo las piedras del camino a seguir, junto a los Hernando, Heras, Tofol o Jornet. Ahora anda en Puerto Vallarta, para correr los 100 kilómetros de la prueba de UTMB. Es el gran favorito, porque por fin ha llegado hace doce horas la maleta perdida, y lo es porque lo trabaja, cuerpo y mente: “Con esta humedad tan brutal habrá que ir despacio al principio, beber mucho y no correr en las cuestas, porque el pulso se dispara”. Él ya ha terminado diez veces la carrera antes de ponerse bajo el arco de salida. El talento coge al trabajo de la mano.

A la cita en el Pacífico llega la segunda versión de Clemente, totalmente recuperado y cicatrizado su cuerpo, machacado tantos años, tantos miles de kilómetros. Fue en 2020, ya varias veces campeón del mundo y dueño de un currículo de varias hojas y decenas de victorias de pedigrí, cuando el cuerpo le volvió a llamar a filas. “En la pandemia aproveché y me operé de los Aquiles. Estaban totalmente destrozados y durante muchas semanas apenas podría ni ponerme en pie”. Lo dice él, que corre 100 kilómetro en 10 horas, a seis minutos el kilómetro.

Consciente de que la carrera enfila ya la última curva, Clemente tira de recuerdos y añade a la historia relatos para encender una chimenea: sus batallas con el gran Luis Alberto Hernando, “vaya tipo más grande”, aquella carrera de sierra diseñada por Kilian Jornet en Tromso donde casi se mata una norteamericana que estuvo un año en el hospital, o su visita a Costa Rica para ganar una carrera horas después de dormir bajo una cama de pulgas que cenaron gomero en crudo. “Y la organización me pidió por favor que saliera, cuando yo solo estaba para que me llevaran al hospital. Y de pura rabia salí a correr, y fui más rápido que nunca para terminar pronto”. Ya saben, la cabezonería como receta para sobrevivir, Cristofer Clemente, un tipo único que frenó para poder acelerar.

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