Yo también opino sobre Rubiales

El otro día pasaba en coche por la ruidosa M-30 y contemplé esos pisos que dan a la autopista, pisos de ladrillo gastado, de persianas derruidas y negras de polución y me dije: nadie debería vivir así. Sin embargo, la conversación con mi acompañante no versó sobre esto, sino sobre cómo diablos Rubiales ha llegado a presidir la Federación Española de Fútbol, cobrar un millón al año y, para colmo, recibir una ayuda de 36.000 euros para vivienda.

Cuando era joven, trabajaba en un periódico de una hermosa ciudad del noroeste español bajo las órdenes de un redactor jefe tan incompetente que hacía la vida imposible a todo el mundo (menos al director, claro). Le pregunté a un veterano cuál era el secreto del personaje para su relativo éxito. “Siempre se postula”, me dijo. Así que su clave no radicaba solo en el servilismo hacia los superiores y en el maltrato a los subordinados, sino más bien en su arrojo laboral. Veía el mundo como un juego de la oca, donde lo fundamental no era la aptitud para el puesto, sino la ocupación de la casilla adecuada. Cuando otros titubeaban, él vislumbraba oportunidades de poder y las aprovechaba. Y con la silla bajo su trasero, ya no era fácil derrocarlo.

No estoy diciendo que Rubiales sea exactamente así, pero es evidente que su beso a Jenni Hermoso jamás habría provocado tanto escándalo si no fuera por toda la porquería que debe de haber bajo la alfombra. Lo han cazado cuando menos lo esperaba. Y, aunque la presa se resiste, bien cazado está. No hay ningún gesto del tipo el día de la final que no resulte digno de dimisión inmediata, por su doble condición de alto representante de España y del deporte. ¿Alguien se imagina al máximo dirigente del fútbol inglés tocándose los mismísimos al lado de Kate Middleton o de Camila Parker, en el palco de honor y ante el equipo rival? ¿Y lo de aupar a Athenea Del Castillo y ponérsela al hombro como un fusil?

Rubiales tiene que estar pasando por un infierno personal, y por eso no me uniré al coro alegre de linchadores. Que lo juzguen y sentencien quienes sepan hacerlo con más frialdad, más justicia y con sentido común. Constato, eso sí, que salió ileso de un escandaloso episodio relacionado con comisiones que involucraba a Gerard Piqué y superó la controversia de organizar la Supercopa en Arabia Saudita, quizás el país más machista del mundo.

Sorteó con habilidad un boicot protagonizado por varias jugadoras en contra del seleccionador que él mismo había nombrado a dedo. Y justo cuando el éxito del equipo femenino parecía convertir su presidencia en inquebrantable, se dejó llevar por la euforia y se retrató ante el mundo. En una maniobra que concuerda con su historial, alegó como eximente que no experimentó ningún deseo sexual durante el abuso de poder. Temí que añadiera algo más gráfico, pero felizmente no lo hizo.

No obstante, los problemas en la Federación no son nuevos. El predecesor de Rubiales en el cargo era un señor que decía “fúlbol” (con ele) en lugar de fútbol, pero lo crucial es que concluyó su mandato tras las rejas, condenado por corrupción. Y antes que él, los directivos eran unos “maestros del buen comer y catedráticos del mejor beber”, en palabras de José María García. O sea que la Federación Española de Fútbol nunca ha dejado de ser, me temo, la Federación Española de “Fúlbol”.

Mientras tanto, la madre de Rubiales anunció una huelga de hambre para defender a su hijo, pero su protesta duró apenas un día, y un familiar cercano (¡su mismísimo tío!) acusó a Rubiales de estar involucrado en más asuntos turbios. ¿Estarán Netflix o Mediaset tomando nota de esta saga? Seguro que sí. Qué inquietante serie nos espera para el año que viene, madre mía. Lo que no tengo muy claro es dónde la verá Rubiales: ¿en su despacho de la Federación?, ¿en su casa de Motril?, ¿en Riad, capital de Arabia Saudí? o ¿en el mismo sitio en el que terminó su predecesor (y no precisamente por el beso de marras)?