Trump y los sinvergüenzas religiosos

¿Te has dado cuenta? Los sinvergüenzas suelen ser muy propensos a mostrar un lado religioso.

Hace unos días supimos que Donald Trump estaba vendiendo Biblias para financiar su campaña electoral y atraer los votos de los votantes religiosos. Los terroristas que llevaron a cabo el reciente ataque en Moscú matan en nombre de Alá. Los indios que golpean a musulmanes y cristianos lo hacen en nombre de Rama. Los sacerdotes que atacan a mujeres y niños afirman estar haciendo la voluntad de Dios.

Es una locura cómo los dioses pueden servir de pretexto para una plétora de individuos que encuentran la felicidad controlando a los demás. Come esto, no comas aquello, di esto, no digas aquello, burlate de esto, no te burles de aquello, folla así y no así.

La lista de medidas cautelares es larga. Su objetivo es siempre el mismo: tomar el control de las personas y, sobre todo, animarlas a pagar dinero a los líderes religiosos. A cambio de un lugar en el cielo, eso es evidente.

Un día le dije a un monje budista que Buda no existía. “Por supuesto que no existe”, respondió. ¿Pero cómo esperas que comamos si le decimos eso a la gente? Pertenecía a una rama del budismo que considera la religión más como una filosofía que cualquier otra cosa.

Trump ateo

Volviendo a Trump, está claro que el hombre no es religioso. Si resulta que es incluso ateo. Pero da igual, las autoridades religiosas que lo apoyan esgrimen todo tipo de excusas para justificar su elección. Sería un incrédulo, pero también un instrumento de Dios para establecer su voluntad en la Tierra.

Vaya cosa. Este tipo de payasadas deberían provocar carcajadas en cualquier persona en su sano juicio. Pero es difícil convencer a los devotos.

El Tartufo

Molière lo entendió bien en una famosa escena de Tartufo. Tartufo, modelo de fervor religioso, tiene bajo su influencia a un hombre cuya esposa codicia. La esposa advierte a su marido, que no quiere oír nada, que Tartufo está intentando agredirlo sexualmente. Invita a su marido a esconderse debajo de una mesa mientras, al mismo tiempo, conversa con Tartufo. Su marido debe salir del armario cuando la situación se vuelve insostenible para ella. Ella golpeará la mesa para advertirle.

¿Qué está pasando, crees? Por mucho que golpee la mesa, el marido no sale. Porque no quiere oír nada. Incluso si los avances de Tartufo son obvios. Sólo después de varios intentos de agresión finalmente salió de debajo de la mesa.

Molière actuó en 1669 El Tartufo por primera vez en Versalles. La pieza no ha perdido nada de su actualidad.

Mientras la gente esté feliz de creer en los dictados religiosos y someterse a ellos, habrá otros que alimenten sus creencias y controlen sus vidas. Desafortunadamente, en Estados Unidos los fanáticos se han vuelto lo suficientemente numerosos como para socavar la democracia.