subir el Mont Blanc y nadar el Estrecho de Gibraltar
Written by rasco on July 7, 2023
Aunque el deporte es seguido y practicado por millones de personas en todo el mundo gracias a la competición profesional, a las superestrellas, al glamour… a menudo pasan desapercibidos aquellos ejemplos en los que los valores más esenciales y fundamentales que pretenden transmitir sirven para inspirar a los demás, para motivarles e incluso para salvarles la vida.
Es el caso de Álvaro Trigo, un madrileño de 28 años al que el deporte primero le salvó, literal y figuradamente, la vida, para después convertirse en su pasión y su forma de sanar física y psicológicamente y de ayudar e inspirar a los demás. Sin pretenderlo, siempre desde la humildad y la cercanía, como transmite cara a cara mientras relata su historia para 20 Minutos y nos habla de sus nuevos retos.
Porque la tragedia sacudió a Álvaro un fatídico fin de semana en febrero de 2018, cuando fue víctima de un brutal incendio al que sobrevivió de milagro. Pero lo que hace más de cinco años pudo parecer en un principio una completa desgracia, a día de hoy le ha convertido en un hombre capaz de aventurarse en expediciones como las que emprenderá este sábado 8 de julio: primero, la subida al Mont Blanc, en los Alpes (4807,81 metros); y 15 días después, sobre el 1 de agosto, la travesía a nado por el Estrecho de Gibraltar.
Un doble reto para el que se ha preparado a conciencia: “El entrenamiento se lleva mucho mejor porque es la primera vez que voy a hacer un reto acompañado por amigos. He hecho alguno con mi padre, pero esta vez lo hacemos tres amigos, con Miguel Sola y Jaime Molina”. Aun así, confiesa que “todo el tema de montaña” se le ha hecho “mucho más ameno” gracias a “no hacerlo solo”, porque “teniendo a los amigos, cuando a uno le da más pereza, otro tira de él”.
“El tema de la natación lo haré yo solo, ellos irán en kayak, así que mientras ellos entrenan remo, yo me dedico a nadar. Es duro porque hay que compatibilizarlo con la vida social, con el trabajo… pero merece la pena porque es por una buena causa“, explica Álvaro, que llevaba tres años formándose en la academia para ser bombero cuando fue víctima del incendio que le obligó a cambiar de vida, y que le motivó a realizar todos estos retos solidarios.
Un desafío que se gestó el año pasado, cuando Álvaro coincidió con Jaime y Miguel en el Kilimanjaro: “Estábamos en otro proyecto de una asociación llamada ‘El Poder del Chándal’. Entonces hablamos, sabían que yo hacía retos solidarios, y decidimos hacer uno juntos. En principio iba a ser solo el Montblanc, pero me ofrecieron el estrecho y decidimos unirlos”.
Solo se nos quiere enseñar que la vida es bonita y perfecta
En esta ocasión, fue la ‘Fundación 38 Grados’ la impulsora del reto, a cuya labor quieren dar visibilidad: “Es una cosa increíble, lo que intentan hacer es cumplir el último deseo de gente que está en paliativos, un tema relacionado con la muerte que no suele gustar mucho. Yo, al ver de primera mano las cosas tan bonitas que hacen con gente que se está muriendo sola en un hospital…”. Además, han creado un link a la página ungranodearena.org, en la que la gente puede donar lo que quiera a la Fundación “sin que pase por otras manos, sin intermediarios”.
Todo un despliegue de medios para ayudar a los más desfavorecidos y necesitados, a los que están en una situación agónica como la que él experimentó en sus propias carnes. Un trauma del que, sin embargo, no le cansa hablar ni recordar, y del que ha aprendido muchísimo: “Una de las cosas que se me quedó del hospital era el no saber que todo eso existía, y me di cuenta de que solo se nos quiere enseñar que la vida es bonita y perfecta, y al final estas cosas malas también forman parte de la realidad”.
“Parecía que no estaba preparado para asumir que era real, no sabía si estaba en un sueño, parecía mentira porque nadie me lo había enseñado así. Por eso no me cansa hablar de ello, por suerte nunca me llegó a causar trauma como para no poder hablarlo. De hecho, una vez que salí y estaba fuera de peligro, mis primos ya empezaron con las bromas, que al final es la mejor manera para afrontar las cosas, saber reírte“, detalla Álvaro con la naturaleza de quien ha logrado esquivar a la muerte.
“Yo estoy superagradecido de poder tomarlo así, pero no ha sido por mí, ha sido por la gente que me ha rodeado, sobre todo familia y amigos, gracias a como me han hablado y como me han hecho sentir. Al final te acabas sintiendo como la gente te hace sentir“, reflexiona Álvaro, cuyo ejemplo puede ser el espejo al que mirarse para gente en su misma situación, antes de tomar aire y comenzar a contar su historia.
Álvaro se encontraba en Andújar, Jaén, donde su familia “tiene varias casas en el campo”. Aquel fin de semana del mes de febrero de 2018, iba a “una reunión familiar” pero llegó “un día antes” que sus primos, por lo que fue a casa de su abuela, donde se quedó solo: “Bajaron todos al pueblo, y sobre las once de la mañana, fui a la cocina después de encender una chimenea y al volver estaba todo en llamas“.
“Intenté apagarlo -relata- pero estaba todo incendiado y me acabé cayendo encima del fuego. Se me incendió la ropa, se me quemaron los brazos, la espalda y las piernas por detrás, del tobillo a la rodilla, aunque por suerte pude salir por mi propio pie de la casa“. Una situación límite de la que escapó con vida, pero de la que ya no recuerda mucho más debido al dolor.
“En ese momento no me dolía nada, pero sabía que me había quemado entero, y me fui corriendo un kilómetro a casa de mis tíos, que estaban allí”, prosigue Álvaro, que no pudo ser atendido por la ambulancia hasta pasados casi 45 minutos, y permaneció despierto hasta que le bajó la adrenalina, cuando vio que por fin llegaban a salvarle y el dolor comenzó a hacerse presente.
Estaba seguro de que me iba a morir, sin ninguna duda
Su siguiente recuerdo, diez días después en la UCI del Hospital Virgen del Rocío de Sevilla, al que le trasladaron en helicóptero: “Tenía un 63% del cuerpo quemado; al no tener piel me había deshidratado mucho, y cuando llegué al hospital ya estaba en coma inducido. Mi madre fue de Andújar a Sevilla en coche, y cuando llegó le dijeron que mis posibilidades de sobrevivir estaban entre un 10 y un 20%”.
“Después de esos diez días, en la UCI y sin dolor por la medicación que te hace hasta ver visiones, a la semana me subieron a planta y me quitaron toda la medicación sedante, porque los pacientes quemados se tienen que tener en aislamiento en una habitación donde no entre nadie. Fue lo peor porque llegaron el dolor, los vómitos… Todo el día gritando y llorando. El problema de no tener piel es que te has quemado, pero además que pueden entrar un montón de bacterias con infecciones todos los días”, profundiza Álvaro en su recuperación, en el infierno que atravesó en cada fase en el hospital. “Fueron 4 meses con 13 operaciones, curas diarias horribles…“.
El proceso de recuperación no fue fácil, ni mucho menos, empezando precisamente por las operaciones: “Fueron superdolorosas. Me realizaron implantes de piel del muslo, pero no daba para cubrir la parte de la espalda porque tenía el 63% del cuerpo quemado, así que me pusieron piel artificial creada a partir de la mía con células madre en un laboratorio en Granada. Mientras tanto me ponían piel de donantes, de gente que iba muriendo. Era todo demasiado tétrico”.
Además, la rehabilitación tampoco fue sencilla: “Lo llevaba fatal, porque estaba seguro de que me iba a morir, sin ninguna duda, y además lo haría sufriendo como nunca. En mi cabeza, me imaginaba el dolor más grande del mundo y ni se le parecía a ese dolor lo que yo sentía. Cada vez que venían las fisios, al cabo de los meses, a levantarte, era un dolor increíble”.
“Estábamos media hora para levantar la espalda, no tenía fuerza porque de estar tumbado había perdido la masa muscular, y a los primeros días me mareaba, vomitaba y de todo. Luego de pie, con un andador, era superdoloroso, con cada paso se rompían injertos y sangraba por todas partes, y tumbado de nuevo te querías morir”, rememora Álvaro.
Tampoco fue nada fácil para su familia superar el trance, al menos hasta el momento en que la recuperación de Álvaro estuvo encarrilada, porque otro drama familiar estaba demasiado reciente: “Justo seis meses antes del incendio, mi hermana pequeña había muerto en un accidente de coche. Imagínate para mis padres y mi hermano pequeño lo que era eso. Sin embargo, gracias a ellos, a mis amigos y a la gente del hospital, salimos adelante”.
Así, poco a poco, Álvaro fue recuperando su físico, pero también el ánimo, y apareció el deporte como inspiración para motivarle a ser más fuerte que nunca: “Cuando me desperté del coma, mis padres me dijeron lo primero que los doctores les acababan de contar: que no me preocupara, que en un año podría correr una maratón. Obviamente me mintieron, pero me lo dijeron nada más despertarme para no preocuparme”.
De esa manera, lo que comenzó como una mentira piadosa se acabó transformando en un sueño primero, y en una realidad después: “Después de ese verano entero en la cama medicado con cremas y sin moverme, vi que mucha gente me trataba diferente, salvo mi familia. La gente ahora me trataba como a un niño pequeño, y yo me veía con 23 años, en la universidad y la academia haciendo lo que me daba la gana…”.
Si acabo una maratón, nadie me va a tratar como si estuviera mal
“Ahí lo que me salvó mentalmente fue decirle a mis padres que, como me habían dicho que podría correr una maratón, y aunque yo sabía que era mentira pero ellos nunca me lo iban a reconocer, para mantenerme motivado me prepararía con ese objetivo en mente, acabar la maratón”.
Y lo hizo, en la maratón de Sevilla de 2019, después de unos meses “entrenando con un dolor alucinante, sangrando por todos lados”, con ayuda de su padre y casi sin fuerzas para celebrarlo: “En mi mente, aunque fuese una tontería, pensaba: si acabo una maratón, nadie me va a tratar como si estuviera mal. Eso fue lo que me mantuvo feliz e hizo que me diesen igual otras cosas como las cicatrices, que al principio me asustaban hasta a mí”.
Ese fue el primero de los muchos retos que vendrían después, y todo por una primera experiencia que le ofreció la posibilidad de renacer gracias al deporte: “Fue superbonito, porque vino gente de Madrid, mi familia y del hospital a la meta, a los que yo les iba mandando durante todo el año vídeos de como iba evolucionando. Fue increíble, una felicidad enorme, muy importante para mí”.
“Por eso decidí llevar ese mismo día la medalla al hospital, para hablar con otra gente que estaba donde había estado yo antes. Yo no tuve ningún referente de alguien que se hubiese quemado y estuviese bien, haciendo deporte, y allí comprendí que lo que yo había hecho había motivado a muchos pacientes para seguir, les había dado una esperanza”, continua Álvaro.
Ahí fue cuando comprendió el ‘poder’ que tenía, y cómo utilizarlo a través del deporte y de la beneficencia: “Me dije a mí mismo: ‘quizá este sea el camino’. Porque al final cuando te pasan estas cosas no quieres vivir igual, como tú sobrevives quieres pensar que ha sido por algo, que tiene un sentido, y dije: ‘quizá este sea el camino, ayudar a través del deporte para recaudar fondos y dar visibilidad a causas bonitas que puedan merecer la pena'”.
Ahora, cinco años después de todo aquello, vive el deporte de otra forma completamente distinta: “Hacer deporte fue una de las cosas que me salvó la vida, creo que es importante estar en forma. Tiene una importancia para mí que puede ser difícil de comprender, pero le da sentido a mi vida, me ayuda a estar en paz conmigo mismo, porque sobrevivir tiene su parte complicada: estar siempre en deuda por haber sobrevivido tú y otras personas no”.
Por eso, como el doble reto que empieza esta semana, Álvaro lleva un lustro realizando y cumpliendo desafíos: En 2020 nadó en solitario desde Formentera a Ibiza, y en 2021 hizo lo mismo desde las Islas Cíes a Vigo con los pies encadenados. En 2022 también realizó una carrera solidaria desde su casa, en Ubrique, hasta el estadio del Betis (110 kilómetros) para recaudar fondos para un chico que se quemó.
Y así seguirá, mientras compagina su existencia con el perpetuo dolor de las cicatrices, al que dice estar ya acostumbrado, intentado inspirar sin perder jamás la humildad: “Yo lecciones ni media estoy para dar. Lo único, eso sí, es que no sabes los bien que viene para uno mismo ayudar a los demás hasta que lo pruebas. Debemos agradecer dónde hemos vivido, donde hemos nacido, la vida que se nos ha dado y regalado. Qué menos que cuando nos vayamos de aquí hayamos aportado algo, no solo cogido”.
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