No estar ni a favor ni en contra de la inmigración, todo lo contrario.

El debate que estamos manteniendo sobre la inmigración es beneficioso. Tiene un tono apropiado y es llevado a cabo adecuadamente por la mayoría de las partes interesadas.

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El estudio del Banco Nacional ayudó efectivamente a poner de relieve la delicada cuestión de la inmigración y obligó a algunos políticos a adoptar una postura.

Además, la carta enviada por el Primer Ministro Legault a Justin Trudeau expone un argumento objetivo, pragmático y sobre todo realista. Estamos lejos de François Legault, que consideraba la inmigración como una amenaza a nuestra identidad y a nuestra seguridad.

Para que el debate continúe por este camino, es importante no caer en la trampa recurrente de determinar, según el estado de ánimo del día, el umbral requerido. Conviene fijar umbrales de inmigración según criterios objetivos y mensurables: capacidad de hablar francés, número de proyectos de construcción y de vivienda disponibles, capacidad de nuestro sistema educativo, necesidades de mano de obra, peso político de Quebec, desarrollo demográfico, etc.

Tal ejercicio evitaría la famosa pregunta “¿está usted a favor o en contra de la inmigración?” Porque la inmigración no es ni debe ser un fin en sí misma. Es una palanca que, utilizada con precisión y en la dosis adecuada, puede contribuir a nuestra prosperidad colectiva.

Un ejercicio de este tipo permitiría también eliminar la noción de sentimientos en lo que respecta a la inmigración. No se trata de amar, odiar, temer o apreciar a los inmigrantes, sino de preguntarnos cómo conciliar los intereses de quienes desean venir a nosotros con los nuestros, ya sean económicos, demográficos o sociales.

Lamentablemente, los políticos se niegan a hacer este ejercicio porque quieren utilizar las vidas y el futuro de cientos de miles de inmigrantes como arma política. Algunos quieren alardear de ser defensores de la diversidad y la inclusión para criticar mejor a otros que, también mediante cálculos políticos, explotan los sentimientos de miedo y división como estrategia política.