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Algo más que un apretón de manos

Written by on July 12, 2023

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Ha tenido que desencadenarse una guerra, una asquerosa guerra que ya ha cumplido los 500 días y en la que el orgullo de un solo hombre ha provocado alrededor de 60.000 muertos, para que en una remota y elegante cancha de tenis de Londres se produzca un suceso extraordinario. Competían en Wimbledon la bielorrusa Victoria Azarenka y la ucraniana Elina Svitolina. Se conocen desde hace muchos años. El partido fue durísimo y pudo ganar cualquiera de las dos. Ganó la ucraniana.

Y después del último punto, con el sabor a óxido de la derrota en la boca, Azarenka salió disparada hacia la silla de la juez árbitro (la legendaria y respetada Marija Čičak), le dio la mano, luego hizo un vago gesto de “hasta luego” a la pista y se largó al vestuario. Se negó a saludar a su rival. El público la cubrió de abucheos porque todo el mundo sabía que eso, al final de un partido de tenis, no se hace. Nunca.

El asunto no es tan sencillo como parece. Azarenka se comportó como una maleducada, pero es que Svitolina y el resto de las jugadoras ucranianas se niegan a dar la mano a las rusas y bielorrusas, y dicen que eso será así hasta que Rusia se retire de Ucrania.

Pues si eso es así, señoritas, váyanse a jugar a su casa. No han entendido nada y no sirven para esto, por bien que le den a la pelota. El apretón de manos final en el tenis procede, como mínimo, del siglo XIX. Es el símbolo más evidente de la deportividad, de la cordialidad por encima de los enfrentamientos; de la paz, a fin de cuentas.

El ‘handshake’ (así se llama en inglés) es como el espíritu olímpico: la muestra pública de que hay cosas que están por encima de las diferencias humanas, de los rencores y hasta de las guerras. El gesto de darse la mano procede de la Edad Media y tiene un significado muy claro: “Ya ves que no llevo armas, puedes confiar en mí”. Si te niegas a darle la mano a tu rival después del partido significa que sí llevas armas. Aunque sea en tu corazón. Y eso es completamente opuesto al espíritu del tenis en particular… y del deporte en general.

No es la primera vez que sucede, eso es cierto. Ya hemos visto alguna vez que rusas y ucranianas (o rusos y ucranianos) se negaban a saludarse después de jugar. El público los abuchea siempre porque sabe que eso es meter a Putin, a sus obras y a sus pompas, en el partido. Lo mismo que no poner en los rótulos la bandera de Rusia. Lo mismo que impedir que jueguen los tenistas que han nacido en esos países, y que están casi todos –no todos, miserablemente– a favor de la paz. Como el propio tenis, porque esa es su esencia.

El ‘handshake’ tiene un carácter casi sacro, como lo tenía hace siglos el “acogerse a sagrado”: si el perseguido por los guardias se refugiaba en una iglesia salvaba la vida, porque allí no podían entrar los perseguidores. Esto es muy parecido y está bien que así sea.

Las autoridades de la ATP y de la WTA (asociaciones mundiales, masculina y femenina, del deporte de la raqueta) tienen autoridad más que suficiente para cortar eso. Si te niegas a saludar a tu rival, en el próximo torneo no juegas, seas quien seas. ¿Por qué no hacerlo?

La descortesía (en realidad ofensa deliberada) más célebre de la historia ocurrió en 1936, cuando Adolf Hitler abandonó a toda prisa el palco del Estadio Olímpico de Berlín para no tener que dar la mano a Jesse Owens, aquel negro que lo ganaba absolutamente todo. ¿Vamos a repetir aquello ahora por culpa de Putin? Yo creo que de ninguna manera.

Váyanse a su casa, señoritas, con su rencor a cuestas. Aquí no deberían tener sitio.

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