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Opinión de Juan Aparicio Belmonte

Written by on May 27, 2023

Hay quien sostiene que, con la aproximación de las elecciones, a los ciudadanos se nos fumiga desde los cielos para determinar nuestro voto. Si votas a Podemos, es por la fumigación; si votas a Vox, también; si no votas, es que los fumigadores no quieren que lo hagas, no porque tú seas un genuino y rudo abstencionista. No existe el libre albedrío; todo es culpa de los vapores que caen desde las alturas por mor del gobierno mundialista en la sombra. Esas estelas blancas del cielo son la señal de tanto oprobio. ¿Y por qué digo esto? Porque hace tiempo una prima mía a la que tengo por inteligente presentó en familia a su nueva y radiante pareja. Era un tipo de buena planta, de rostro agradable y mirada clara, o sea, que parecía bastante listo, pero en cuanto abrió la boca nos habló de la fumigación planetaria y otras historias para no dormir (de la risa). Toda la familia, bien educada, disimuló el estupor.

El chorbo se sintió como en casa y desgranó sus amenas teorías sobre la vida. Donde uno veía claridad, él distinguía la semilla de lo oscuro; donde uno un planeta redondo, él uno plano; donde uno pájaros, él robots… Comoquiera que jamás habría podido imaginar que mi prima se enamorara de alguien así, me volví yo también conspiranoico. ¿Quién era ella, en realidad? ¿Era quien yo creía ver, mi prima pequeña, alegre y divertida, a quien había visto crecer y madurar con aparente salud mental, o era una perturbada con ganas de viajar en barco al confín del planeta Tierra y que acumulaba en secreto papel higiénico en previsión de una inminente invasión jupiterina? Empecé a pensar que su verdadera personalidad estaba oculta por una máscara ilusoria, y esta decepción me hizo dudar de aspectos cruciales de mi propia vida. ¿Y si yo era adoptado? ¿Y si mi vecino era un peligroso yihadista? ¿Y si el zumbido de oídos que me sobreviene a veces era la señal de una próxima abducción extraterrestre? ¿Y si un inmigrante ecuatoriano me iba a quitar no ya el trabajo, sino esta formidable columna?

Basta a veces un cambio de perspectiva para que tu juicio sobre la realidad se modifique radicalmente y todo cobre un nuevo sentido.

Contra lo que se tiende a pensar, los mayores hallazgos no radican en lo oscuro o lo intrincado, sino en lo patente

Meses después, cuando mi prima cortó su relación con el tipo, las aguas volvieron a su cauce y yo a mi ser. Nos sinceramos. “Desde el primer momento me pareció un bodoque”, le dije. “¿Y por qué no me lo advertiste?”, me preguntó ella. Le hablé sobre la inconveniencia de meterse en el terreno sentimental de nadie, terreno minado por los inescrutables afectos, y añadí que la condición de bodoque de su expareja era una obviedad. “Pero, a veces, hace falta que alguien enuncie las obviedades”, me reprochó, dando prueba de su recobrada lucidez.

Ciertamente, contra lo que se tiende a pensar, los mayores hallazgos no radican en lo oscuro o lo intrincado, sino en lo patente. En la denuncia de lo obvio cuando nadie lo ve o cuando nadie se atreve a verlo reside incluso el germen de la genialidad, que consiste en señalar la realidad de las cosas aunque sea contra la opinión general. En el cuento El rey desnudo de Andersen, el niño se convierte en un héroe involuntario al expresar la obviedad que todos callan atrapados en su autoengaño. Esa mirada sobre la realidad limpia de prejuicios, capaz no solo de sobreponerse al lugar común, sino también de contradecirlo, nace de una honestidad intelectual que en los adultos suele requerir de mucho coraje: “Eppur si muove”, musitó el pobre Galileo después de abjurar de lo que hoy ya es una obviedad indiscutible.

Si lo obvio se oculta y permanece en la sombra mucho tiempo, corremos el riesgo de delirar, de inventarnos una realidad que no existe para cuadrar lo imposible.

El otro día, en Mestalla, Vinícius Júnior denunció una obviedad mayúscula. Con su insospechada rebeldía, con su coraje al señalar a los energúmenos que le gritaban “mono” desde la grada sur y encararse con ellos, este brasileño de veintidós años desnudó la realidad de una liga ya muy desprestigiada por otro asunto turbio que todos conocemos (aunque quizá aún no hemos sabido denunciarlo como se merece, con todas sus letras). Vinícius nos sacó del delirio que nos permitía mirar para otro lado mientras en los campos de nuestro fútbol se perpetraban insultos y gestos racistas contra algunos jugadores —particularmente, Vinícius, pero también otros—.

Fue un día triste y doloroso, que nunca debió producirse, que ha dejado al fútbol español en muy mal lugar en el contexto internacional —el mal lugar que se merece—, pero también ha sido emocionante y aleccionador ver a un hombre valiente rebelándose contra una injusticia consentida con la sola fuerza de su dignidad.

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